Desde la National Gallery y los barrios emblemáticos hasta los jardines reales y el Big Ben: una propuesta para disfrutar la capital inglesa en sólo 24 horas.
Londres, la capital de Inglaterra. Muchas cosas por ver, muchos museos para visitar, muchos parques por los que pasear, muchas experiencias por vivir.
Se requieren demasiados días para invertir en esta cara metrópolis. Tantos, que el bolsillo no siempre está lo suficientemente lleno como para permitírselo. Pero, ¿quién dijo que para ir a Londres es imprescindible pernoctar una semana?
A continuación, una visita de 24 horas. Un viaje fugaz, pero intenso.
Esta propuesta contrarreloj es ideal para quienes hagan base en otra ciudad europea y acepten moverse con lo puesto, es decir, sin valijas.
El suelo londinense se pisa en el aeropuerto de Heathrow, por ejemplo, a las cinco de la tarde de un sábado, la hora del té inglés. Desde allí, al bajar al metro, "the tube", se puede comprar el ticket para ir hasta Bayswater, cerca del famoso barrio Notting Hill.
Lo más recomendable es adquirir un pasaje que permita viajar todo el día por seis zonas, justamente las que median entre el aeropuerto y el centro. Así, para llegar al hostel elegido habrá que hacer trasbordo en Hammersmith y subir a la línea verde. Pero atención con los distintos subterráneos: en un mismo andén puede circular más de una línea de metro.
La zona de Bayswater es lo que podría considerarse "la Londres arquetípica": si se largase a llover, algo usual en la capital de Inglaterra, el cuadro sería aún más clásico. Además, el ambiente en este barrio es típicamente holmesiano: casas bajas con pocos pisos, alargadas, uniformes, y sobre todo, elegantes y estilizadas.
Dejamos el poco equipaje que llevamos en algún hostel de la calle Princess Square; los pasillos de estas modestas pensiones deslumbran con sus muebles marcadamente isabelinos. Estrechas escaleras y espejos crean cierto aroma de misterio, como en las historias de Sherlock Holmes. Es de noche y quizás siga lloviendo durante toda la fugaz estancia en la ciudad. Pero nada es excusa para quedarse puertas adentro.
Un par de calles más arriba está el bullicio nocturno. Abundan los fast foods de todo tipo: pizzas, multinacionales de hamburguesas, kebabs, cadenas de bocadillos. Todo ideal para un bolsillo ajustado. Para culminar la noche, cualquiera de los bares es bueno para degustar una cerveza. A pesar de la fama que arrastran los londinenses de ser personas frías, lo cierto es que en los bares no se tienen miramientos a la hora de compartir la mesa.
Llega nuestro segundo y último día. Habrá que madrugar para aprovechar el paseo al máximo. A las 5.30 arriba: desayuno en el hostel y paraguas en mano. La primera parada es Baker Street, la estación del subte tiene el mismo nombre que la calle. En el número 221 de esta vía se hizo famoso el carismático sir Arthur Conan Doyle. Aunque el edificio que se erige allí no es especialmente llamativo, en la misma calle hay un museo dedicado al famoso detective, que vale la pena conocer.
De nuevo al metro y esta vez hacia Picadilly Circus, la emblemática plaza rodeada de impresionantes luces de neón; un asalto visual de publicidad a todo color. Después de dejarse sorprender por este concurrido espacio londinense, conviene dirigirse al puente de Waterloo, donde se cruza el serpenteante río Támesis.
A mano izquierda se ve el Teatro Nacional, y al cruzar el puente nos adentramos en Belvedere Road, desde donde se vislumbra la espléndida noria, más conocida como London Eye. Deleitarse con su altura queda al gusto y bolsillo de cada uno, pero es imprescindible acercarse y contemplar la vista de la abadía de Westminster.
Siempre en la misma zona, dejamos atrás los Jubilee Gardens para dirigirnos al London Film Museum, una excelente propuesta para cinéfilos. Claro que el tiempo no alcanzará para conocer más de un museo. Conviene elegir con antelación cuál será.
Ahora regresamos a la otra orilla de Londres a través del famoso puente de Westminster y nos acercamos a la torre que ocupa las postales más típicas de la ciudad: el Big Ben y el Palacio de Westminster. Llega entonces el momento de disfrutar de unos minutos en nuestro primer parque londinense, todos verdes, apacibles y llenos de vida vegetal y animal. Los paseantes se entretienen dando de comer a las aves y alguno intenta ganarse la confianza de una astuta ardilla.
Nuestra siguiente parada es el Buckingham Palace, pero atención: quien se apure para llegar a las 11.30 podrá ver el mítico cambio de guardia. Seguro que ahora acecha el hambre, así que a buscar un lugar para comer rápido. Por ejemplo, un kebab.
Caminamos luego a lo largo de la calle Picadilly, al norte del Green Park, pasando por la embajada japonesa, doblamos por Regent Street hasta llegar a la famosa Trafalgar Square. Pasear por Londres por placer y sin prisa, aun con poco tiempo, es un lujo. La plaza se terminó en 1845 y conmemora la victoria naval británica de Cádiz en 1805.
Aquí se encuentra además la National Gallery, el principal museo de arte de la ciudad. De todos los museos que hay para elegir en Londres, este es sin dudas el más prestigioso. El ingreso es gratuito, sólo se cobra el pase a algunas muestras, y alberga obras de artistas como Van Gogh, Velázquez o Monet. Pinturas que van desde el siglo XIII hasta el XX.
Casi es la hora de ir al subte hacia el aeropuerto. Pero no se puede abandonar Londres sin hacer una visita, aunque sea fugaz, al enorme Hyde Park, con unos 1,4 kilómetros cuadrados de superficie. Todo un pulmón en plena ciudad, donde es posible perderse y dedicarle todo el tiempo del mundo. Es cierto que queda poco tiempo, pero el suficiente para volver a jugar con las ardillas y dar un brevísimo paseo.
Ahora sí, el adiós. La parada de metro más cercana para iniciar el retorno es Hyde Park Corner. Un viaje fugaz a Londres revitaliza el espíritu igual que una semana de vacaciones.
Inspiración: Suplemento Viajes, Diario Clarín
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